lunes, 14 de abril de 2008

"La alegría tiene gusto a... Choripán"

“La alegría tiene gusto de choripán, y no se puede ser más felíz cuando se come un asado con vino en alguna terraza un sábado a la noche, con amigos o en familia. Es una comida festiva, de cumpleaños, de situaciones que alegran el espíritu.”

Era una noche increíble. Una noche perfecta, estrellada, fresca, limpia, despejada. Esas noches que uno conoce y disfruta más allá de cualquier cosa negativa existente. Estaba destinada a ser inolvidable para muchos, pero inolvidable ya desde su concepción natural de noche en sí. Tan fantástica, tan tranquila, tan agradable a todos los sentidos. Era indescriptible desde las palabras, pero en el aire se percibía una energía sin igual, un aire que embriagaba los pulmones de entusiasmo, decisión, ganas de hacer, ganas de vivir. Habrá sido por eso que él eligió armar esta cena esa noche. Habrá sido la noche que lo eligió a él para albergar tan importante acto en su vida. No se sabe. Pero sí estaba la certeza que sería una noche inolvidable. Para ella. Para él.
Se había vestido con lo mejor de su guardarropa. Saco, camisa, que la había planchado minutos antes, y un pantalón negro bien elegante que hacía juego con sus zapatos. Ella estaba espléndida para la ocasión: vestido negro; si, ella que nunca había usado un vestido con él se lo había puesto esa noche; zapatos de taco alto y un peinado especial, planchado en la parte de adelante, revuelto en la de atrás. De alguna manera ella intuía que la noche iba a ser importante, que de por sí ya lo era (cumplían un año de novios), y de ahí todo ese despliegue, pero no percibió en ningún momento lo que su novio tenía para decirle.
Llegaron al lugar juntos. Él había hecho la reserva un día antes. Era el restaurante más prestigioso de la ciudad, el más caro, el más ostentoso. Y aunque ellos no desentonaban entre la gente, al principio se sintieron un tanto incómodos, un tanto sobre servidos, sobre atendidos. No estaban acostumbrados al servicio como servidumbre, que se da en este tipo de lugares. Ella pidió un delicioso “salmón con vegetales grillados” y él, unas “pastas de cordero” acompañadas de una salsa de puerro. Para tomar les recomendaron un vino fino del varietal Malbec Syrah Sangiovese. Brindaron a los ojos, muy enamorados y los dos disfrutaron de la cena con una química, un enamoramiento envidiable, armónico, lírico. Al terminar tomaron una copa de champán, y él finalmente, de sorpresa, de sopetón, aprovechando el único minuto de silencio de la noche, aprovechando el único minuto sin risas ni miradas, casi con un nudo en la boca, nervioso, alterado, sacó un anillo de su bolsillo y dijo escuetamete:
- ¿Te querés casar conmigo?
Ella lo miró, giró lentamente la cabeza, hizo un gesto con los ojos para abajo y los levanto llenos de lágrimas, casi al instante. Trató de hablar, abró la boca para pronunciar palabra pero no pudo…Volvió a mirar para abajo y las lágrimas caían.
- Pero, decime algo, por favor, decime que sentís…
La voz de él sonó un poco a súplica, un poco a reclamo. Ella levantó la mirada, y le contesto.
- No puedo ser más felíz, me siento en una terraza un sábado a la noche, comiendo asado, con amigos, en familia. Es una comida festiva, de cumpleaños. Esta situación me alegra el espíritu. ¿Entendés?
Él la había escuchado atentamente. Y no había entendido nada de nada. Miró la botella de vino y se dijo a sí mismo “habrá sido el vino que nos tomamos”. Se levantó decididamente, y la besó apasionadamente.
Si hay algo que el recuerda de aquel beso, y de aquella noche, es que ella tenía un insoportable aliento a choripan en la boca.